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Maquinaria Festival 2010 – Club Hípico, Santiago [09.10.2010]

Maquinaria Festival 2010 – Club Hípico, Santiago [09.10.2010]


Fotos por José Pincheira

Finalmente, llegó el día. Tras las polémicas, las expectativas, las demandas, las promesas y los severos errores. Aún entonces, ad portas al evento mismo, era inevitable sentir una natural incertidumbre que iba mucho más allá de la productora y la fama que ésta se creó durante los últimos meses. Porque, en el papel, el Maquinaria Festival era una experiencia completamente inédita, que requería un nivel de eficiencia y organización (por parte de sus realizadores) a la altura de las circunstancias. Pero, asimismo, era fundamental que el público también hiciera su parte y actuara de forma acorde -lo que implicaba, digámoslo, que muchos se tragaran una más que justificada disconformidad acumulada en las semanas previas-.

Ha pasado un par de días, y el polvo (esperemos) ya se ha vuelto a asentar en el Club Hípico. El éxtasis ya está controlado, aunque puede que nunca se vaya del todo. Y es posible afirmar que, si este sábado fue un examen, se pasó con buena nota. Claro, aún hay mucho que trabajar, sobre todo en lo que respecta a políticas comunicacionales. Pero en cuanto a ejecución, no hay ninguna mancha a la que apuntar con un dedo acusador, salvo el desacierto de hacer de la denominada “carpa electrónica” un tercer proscenio, que en más de una ocasión cruzó sus decibeles con los del escenario verde. Pero no cabe duda que esto fue sólo un error de cálculo del que, es seguro, se sacaron lecciones valiosas.

De los músicos, ¿qué se puede decir? Al menos desde nuestra perspectiva, yendo de izquierda a derecha y viceversa, todos se mostraron felices de estar ahí presentes. Desde un Pedropiedra que abrió con suiza puntualidad (13:30 hrs.) y genuina alegría a unos HopPo! que tuvieron en los presentes a esa hora el primer público masivo de su carrera. Rubén Albarrán de Café Tacvba a la cabeza, un sonido que mezclaba instrumentos de rock convencionales con elementos indios y mapuches, y un repertorio de melodías inéditas y sentidas reversiones latinoamericanas. Mención especial para, quizás, el mejor cover de ‘Te Recuerdo Amanda’ que se haya hecho hasta la fecha.

Con un sol incapaz de amedrentar a los presentes, que seguían y seguían llegando, vino el turno de Alain Johannes y el reencuentro con su tierra natal. El fundador de Eleven (banda que, si no conoces, deberías buscar ahora ya) mostró su categoría sin más argumentos que su música y una guitarra electroacústica. Tras cartón, El Otro Yo salió buscando batir su récord de presentaciones seguidas en nuestro país con un set cargado, urgente y lleno de energía. Estuvieron (casi) todas las infaltables: ‘69’, ‘Alegría’, ‘La Tetona’ y una versión con tintes electro de ‘No Me Importa Morir’. Una suerte de confuso paréntesis, dentro de un show que tuvo un dejo punk más que bienvenido.

Aunque la calidad de todos los intérpretes durante la jornada fue altísima, es necesario hacer mención especial a uno de los dos mejores bateristas ahí presentes. Hacerle justicia al fenómeno que es Igor Cavalera, un animal que destrozó cuanta canción se le cruzó por delante con un swing inimitable. Mientras DJ Bitman (o Latin Bitman, como sea) la rompía en simultáneo (con Titae Lindl en el bajo, dicho sea de paso), Cavalera Conspiracy salió a causar estragos. Mucho material de su “Inflikted”, algunos temas de Sepultura (lo de ‘Resist/Refuse’ fue antológico) y un Max Cavalera cuya garganta sigue igual de gutural. Si tan sólo hubiera sonado algo de Soulfly, hubiera sido perfecto.

Hasta aquí, todo iba bien. Pero a continuación, la salida a escena de Yo La Tengo fue, para la mayor parte de los presentes, la primera señal concreta de que éste no era un día cualquiera. George, Ira y James mostraron una selección cargada a sus últimas producciones (“I Am Not Afraid of You and I Will Beat Your Ass” y el genial “Popular Songs”), en el que muchas composiciones fueron desmembradas para poder ser tocadas en vivo en geniales versiones. Llenas de calidad, pero siempre con un dejo de simpleza: la esencia era lo fundamental, no cabe duda que el trío pasó un muy buen rato demostrándolo arriba del escenario.

Y luego vino el show del año. Sí, tal cual. Los cerca de cuarenta mil presentes a esas alturas fueron testigos de aquello. Queens of the Stone Age sólo necesitó dos canciones para dejar en claro que, hoy en día, es una de las mejores bandas del mundo. Se hizo corto, y claro que faltaron tracks, pero no se puede culpar de ello a la muy buena selección que tocaron (prácticamente la misma que mostraron en los festivales europeos de hace semanas atrás, incluyendo el cierre con ‘A Song for the Dead’). Josh Homme es un monstruo y cualquiera que lo dudase ya fue converso. Con puesta de sol de fondo, la palabra inolvidable fue inventada para describir minutos como esos casi noventa que vivimos. Y para los que venían, también.

Porque en un evento lleno de buenos músicos, dos agrupaciones mostraron una clase aparte. Apenas terminó la primera, la masa humana se acomodó para escuchar a la segunda. Pixies finalmente tocó en Chile, fue real y fue extraordinario. Más de uno quedó convencido de que hay un pacto entre el cuarteto de Boston y el diablo. Black Francis, sin moverse del escritorio, gritó como un poseso en ‘Debaser’, ‘Tame’ y ‘Caribou’ (por nombrar algunas), mientras que David Lovering dictó cátedra de batería como si estuviera jugando. Fueron más de veinte canciones, incluyendo casi todo el tracklist del seminal “Doolittle”. Sonaron como lo hubieran hecho hace dos décadas atrás e incluso mejor. Un lujo y un honor, nada menos que eso.

Como era de esperarse, muchos hicieron abandono del recinto después de tales memorables momentos, pero el grueso del público se quedó para ver los actos finales. Linkin Park también hizo su estreno en nuestro suelo, tal vez no en su mejor etapa musical pero definitivamente en su peak sonoro. Varios argumentan que no hay mérito en composiciones demasiado maquinales, pero no hay circuito alguno que explique el vozarrón de Chester Bennington. Tal como el frontman de la banda que vendría después, es evidente que ha adquirido un absoluto dominio vocal con el paso del tiempo. Tras eso, así como también tras su sólida presentación, hay trabajo y cuidado que no merecen ser pasados por alto. Ahora, que el setlist fue cuestionable, eso está fuera de toda discusión.

Y vaya si ese dilema en cuestión ha perseguido cada presentación de Incubus en Chile. Ésta fue la cuarta, y no escapó de aquello. Lo de los californianos es un fenómeno bien curioso. Tocan mejor que nunca, pero el incremento exponencial de sus seguidores teenager les quita casi toda credibilidad a ojos del público más rockero (y en este caso, talibán, también). Da lo mismo que ‘Circles’ haya sonado igual de demoledora que cuando fue estrenada, allá por el 2002: los van a ningunear hasta el fin de los tiempos. No obstante, el quinteto se dio el lujo de tomar una sección de su set para educar a esas jóvenes, chillonas e ignorantes masas, con no singles (‘Pistola’, ‘Just a Phase’, ‘A Crow Left of the Murder’), lados b (‘Punch Drunk’ y ‘Look Alive’, ambas de la edición japonesa de su “Light Grenades”) y la inédita ‘Surface to Air’, inclasificable en el buen sentido de la palabra.

La archiconocida ‘Wish You Were Here’ fue el punto final de una jornada plagada de buenas bandas (no es justo pasar por alto las muy notables presentaciones de Como Asesinar a Felipes y Cansei de Ser Sexy, en el escenario-que-se-suponía-que-iba-a-ser-carpa azul), momentos memorables, conclusiones satisfactorias y aspectos por mejorar. La producción demostró ser capaz de llevar a la práctica un evento de convocatoria masiva, con buen audio (mérito doble, estando en el Club Hípico) y respetando la mayoría de los horarios preestablecidos. Pero si quieren que haya un Maquinaria 2011, tienen que trabajar en todo lo demás. Lo amerita, y la gente se lo merece.