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Roger Waters – Estadio Nacional (03.03.2012)

Roger Waters – Estadio Nacional (03.03.2012)

Fotos por Felipe Fontecilla

El anuncio de que Roger Waters volvería por tercera vez a Chile para presentar “The Wall” (1979) en vivo, completo, generó una reacción con calco a su última visita con “The Dark Side of the Moon” (1973). Así, mientras algunos estaban en éxtasis, otros rasgaban vestiduras cuestionando cómo era posible que, una vez más, el de Surrey se aprovechara del legado de Pink Floyd. Pero tal punto de vista omite por completo que éste álbum ya icónico es una catarsis personal de Waters. Una obra que nació de la intimidad, se volvió universal y llegó a nuestro país con un show al que las palabras no le hacen justicia.

Porque aquello de que hay que ver algo en vivo para entenderlo nunca ha sido más cierto que con “The Wall Live”, en todo sentido. En el sonido cuadrofónico, en la teatralidad del asunto, en los mensajes que se sucedían en el muro de más de 130 metros de largo que cubría el codo sur del Estadio Nacional. No importa cuántas veces se hable y se escriba y se analice y se desmenuce lo sobrecogedor que fue escuchar ‘Comfortably Numb’ en este formato, ni cómo cualquier cliché se olvidó al ver el coro de niños que cantó ‘Another Brick in the Wall, Part 2’, ni lo increíble que sonó en vivo ‘Run Like Hell’ (dedicada a todos los paranoicos presentes).

Ayer, el coloso de Ñuñoa recibió a casi 50 mil personas para la segunda cita con Roger Waters. Un día después del debut que se llevó a cabo en el mismo recinto, repleto. Tiempo más que suficiente para leer lo que dijeron los diarios, las revistas, los amigos que estuvieron ahí, para saber con precisión lo qué uno iba a encontrar (o lo que se iba a perder). Pero para quienes fueron, toda preparación previa se fue al tacho de la basura a las 21:30. Saber de memoria lo que venía, conocer de sobra el orden de las canciones que componen el disco, todo eso fue irrelevante. Y desde el comienzo con ‘In the Flesh?’, la verdad se volvió evidente: “The Wall Live” no era un concierto, era una experiencia. Una genialidad sobrecogedora, que superó todo lo que se conozca. No faltan los que creen que tales percepciones vienen del fanatismo que genera Pink Floyd. Sin embargo, esto no tiene que ver con los gustos o las edades. Pero no tiene sentido intentar explicarlo. Hay que verlo para entenderlo.